Falleció su padre y tuvo que convertirse en productora “Nadie sabe de qué es capaz, hasta que le toca hacerlo”

Macarena Ramos trabajaba como investigadora del INTA en Tucumán, cuando en 2020 la muerte repentina de su padre la obligó a cambiar de vida. Hoy también es asesora y atiende cerca de 6.000 hectáreas. Su testimonio, en una nueva entrega de Tierra de Historias®.

Nacional24/02/2025Daniel EspinozaDaniel Espinoza
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Macarena Ramos - Imagen archivo Infocampo

La Ramada es un pequeño pueblo ubicado a 40 kilómetros de San Miguel de Tucumán, la capital de la provincia homónima, que esconde una rica historia de resiliencia vinculada al sector agropecuario.

Se trata de la trayectoria de Macarena Ramos, una joven agrónoma que en 2020 se vio sacudida por la repentina muerte de su padre y tuvo, junto a su hermana y su madre, que hacerse cargo del campo familiar.

Hasta ese momento trabajaba como investigadora en el INTA y no imaginaba lo que es su vida hoy, en la que no solo lleva adelante el establecimiento propio sino que junto a su hermana asesoran a productores de todo el NOA, atendiendo cerca de 6.000 hectáreas.

Para Macarena, no hay que tener miedo porque “paraliza” y repite, al repasar su vida, que “nadie sabe de qué es capaz, hasta que le toca hacerlo”.

Es la nueva protagonista de Tierra de Historias®, la serie de podcast producida de manera integral por Profertil y conducida por el periodista Juan Ignacio Martínez Dodda.

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Un extracto de esta entrevista, que se puede escuchar en la cuenta de Spotify de Tierra de Historias® o al finalizar esta nota, se reproduce a continuación:

-Contame de tu infancia: ¿qué cosas te acordás? Anécdotas, comidas, aventuras.

-Yo vivo en un pueblito que está a 40 km de Tucumán capital, que tiene netamente orígenes agrícolas: fue fundado por colonos españoles, mis bisabuelos que llegaron escapando de la guerra. Y ellos vinieron obviamente con todas sus tradiciones españolas y es algo que viví desde muy chiquitita. Tengo hermosos recuerdos de mi infancia, de los domingos, por ejemplo, al llegar a la casa de mis abuelos y mi abuela haciendo una muy buena paella y de fondo los paso dobles en la radio; mi abuelo sentado, tomando unos mates; esa mezcla argentino-española. Me daba mucha alegría llegar y sentarme con mi abuelo, que si estaba con ganas capaz que se bailaba hasta un paso doble, un tanguito, en la cocina, mientras la abuela cocinaba. También tengo muy buenos recuerdos, era una aventura total, cuando se hacía el carneo de cerdos para preparar embutidos: lo vivíamos como una fiesta, desde los más chicos hasta los más grandes ayudábamos.

-Y fuiste a la escuela rural del pueblo. De eso, ¿qué recordás?

-Todavía sigue funcionando. Me acuerdo que quedaba muy cerquita y que estuvo cerrada por muchos años, y fue mi papá el que laburó para que esa escuela se reabra un tiempito antes de que yo empiece el jardín. Y también me pasó algo muy lindo que fue que me invitaron de la escuela a charlar con los nenes, para contarles un poquito sobre campo, y fue sentarme del otro lado, en la misma sillita en que me sentaba de niña, cosas que te permite vivir en un pueblo: siempre seguir conectado con tus orígenes.

-Después llegó el momento de estudiar y elegiste agronomía. ¿Por qué?

-En mi caso, al secundario lo hice ya en Tucumán capital, lo que me dio la posibilidad de tener más contacto con la oferta académica. Además, fui la primera generación de profesionales, porque antes no habían tenido posibilidades económicas para que mis padres pudieran estudiar. Entonces tuve el apoyo familiar y la libertad también de elegir qué es lo que yo quería estudiar. No te voy a mentir y por ejemplo coqueteaba mucho con la meteorología, que es algo que siempre me llamó mucho la atención. Me conecta con mi infancia por eso de observar el clima, cómo está el tiempo, si va a llover, si va a ser un año húmedo o seco, eso me apasionaba. Pero empecé a averiguar un poco sobre la carrera y cuando vi que con la física y la matemática no soy muy amiga, pensé: “no va por ahí". Por un momento pensé también biotecnología, pero al final un día me levanté y es como que decantó la idea de decir: “Voy a estudiar agronomía”. Y el hecho de convencerme me dio una paz, la certeza de que estaba eligiendo bien, porque amo el campo y cuando fui a estudiar a la capital solamente podía ir los fines de semana; entonces sentía que estudiando agronomía iba a poder estar más en contacto con lo que me gusta hacer, mi estilo de vida, que es vivir y trabajar en el campo. Luego, desde el primer día de clase, me sentí en el lugar correcto.

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-Pero fuiste osada, porque hubo gente que te dijo que siendo mujer, podría ser un problema, ¿no? Aunque tu familia sí, te apoyó.

-Sí. Tengo una hermana mujer, somos dos mujeres, entonces para mi papá fue estar feliz de la vida, por sentir que alguien seguía su legado. Pero sí es verdad que muchas personas me dijeron: “¿Estás segura? Mirá que no es para mujeres esa carrera, no tienen lugar en ese medio, es de hombres”. Por suerte, el núcleo interno de mi casa me dijo que le diera para adelante y además yo estaba tranquila con mi decisión. Fue algo osado, por decirlo de algún modo, transgresor, pero funcionó.

-En ese sentido, cómo fue después, en tu primer trabajo. ¿Sentiste algún condicionamiento por ser mujer?
-Me fue muy bien: en la carrera terminé siendo abanderada. Pero es verdad que en quinto año entre, no sé, 100 hombres, éramos seis mujeres. Al fin y al cabo, la proporción de género es cierto que era un tema que se hacía sentir. De todos modos, por las buenas notas y el buen promedio conseguí una beca mientras era estudiante y entré a trabajar en una parte que por ahí es un poco más “amigable” con la mujer, que de investigación. Hoy por hoy, la mujer está mucho más inserta en lo que es las carreras de investigación. Así, en ese momento no sentí que por ser mujer hubiera alguna diferencia, estaba todo bien. Después me pasé a producción, a andar más en el campo, y ahí sí, me pasa hasta el día de hoy, que es como raro ver una mujer sola en caminos desolados. Incluso tengo una anécdota que me para la Policía y me pregunta qué hacía por allí, le cuento que estoy trabajando y me responde: “¿No te da miedo?”. Le digo: “¿Por qué?”. Y señala: “Porque sos mujer, y andás sola de noche trabajando”. Entonces sí es como que todavía es un poquito raro y, obviamente son una minoría, pero hay quienes te hacen sentir como si estuvieras en el lugar equivocado.

-Además, por ejemplo, si se te pincha una rueda, seguro la sabés cambiar y cosas así, que no todos pueden.
-Sí, aprendés, cuando estás en el campo es, por decirlo de alguna manera, una supervivencia. Aprendí de mecánica, aprendí a cambiar una rueda, me pasó de cambiarle fusibles a la camioneta porque se me había quemado la luz, son cositas que vas sumando. Mientras no te autolimites, yo creo que todo se aprende. Es como que el colectivero que lleva su vianda porque sabe que no se puede parar a comer en un bar, vos sabes que si tenés que ir al campo, tenés que llevar el auxilio, tenés que saber manejar en el barro y no tenés que tener miedo, porque si tenés miedo, el miedo te paraliza, te limita. Aparte yo por lo menos lo vivo como que estoy haciendo lo que me gusta, entonces al miedo trato de no sentirlo.

 -Ahora quiero ir hacia el año 2020: estabas pensando en hacer una especialización, estabas trabajando en la Estación Obispo Colombres, un lugar emblemático del INTA para lo que es investigación agropecuaria, y de un día para el otro falleció tu papá. ¿Cómo fue con tu hermana y tu mamá llevar adelante ese dolor, pero a la vez tener que hacerse cargo del campo? ¿Pasar de investigadora a productora en un tris?
-Siempre digo que nadie sabe de lo que es capaz, hasta que te toca hacerlo. Yo en el 2020 estaba trabajando en la Obispo Colombres, investigaba sobre malezas en limón; o sea, nada que ver lo que hago ahora. Y estaba proyectando empezar un doctorado. Tenía 27 años, pensaba que era un momento de mi vida para para empezar a perfeccionarme. No estaba en Tucumán cuando sucedió lo de mi papá, justo era un finde feriado de Carnaval, que estaba con amigos pasándola bien por ahí, hasta que sonó el teléfono y mi papá, una persona sana de 57 años, le dio un infarto y no hubo nada para hacer. De golpe, no era algo que esperáramos, no es que mi papá estaba enfermo ni nada por el estilo. Es difícil explicarlo pero mi vida en ese momento hizo una bisagra en todo sentido, tanto en el plano personal como en lo laboral. Porque mientras volvía a Tucumán en ese momento que es horrible, ya tenía en claro por ejemplo que a mi trabajo no volvía. En mi casa valoramos mucho lo que los padres te dan, lo que se hace en familia, entonces tenía muy bien claro que volvía a insertarme en lo que mi papá estaba haciendo. Y así fue: llegué a Tucumán, transitamos todo ese momento de dolor, pero tenía la certeza de que que había que seguir para adelante. Fue algo que nunca nos cuestionamos, ni mi mamá ni mi hermana, formamos un equipo bello porque somos las tres mujeres. Mi hermana también es ingeniera agrónoma y mi mamá es una genia: siempre estuvo a la par de mi papá, entonces sabía todo del manejo de la empresa, sabe tanto o más que yo de muchas cosas. Así fue que apenas unos días después del sepelio, salimos a hablar con los empleados y les dijimos: “¿qué quieren hacer? Van a seguir? Porque nosotras vamos para adelante”. Y menos de dos días de después de lo de mi papá nos fuimos a sembrar un campo que había quedado pendiente. Te juro que en ese momento todo lo que podía saber como ingeniera se me había ido; o sea, era más convicción que certezas, pero no importó. Nos fuimos a sembrar poroto y mientras tanto ya había lotes con maíz sembrado, entonces era subirme a la chata de mi viejo, que la había dejado estacionada en el garaje, sacarla y escuchar hasta la emisora que estaba escuchando él en la radio el último día que anduvo en el campo. Empezamos de poquito, no te digo que fue fácil porque la verdad que lo recuerdo como uno de los peores días de mi vida, pero también fueron días que me permitieron llegar a donde estoy hoy acá. Cuatro años después, seguimos con la actividad de él y seguimos trabajando como lo haría él, obviamente aportando las mejoras que uno puede hacer por la carrera que estudió.

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-A la par, junto con tu hermana han encarado el rol de asesoras. Contame también de esa experiencia que están desandando.

-Mirá, cuando muchos se enteraron que mi hermana, mi mamá y yo íbamos a continuar con la actividad de mi papá, te juro y podría hacer una apuesta, que nadie confiaba en nosotras. Deben haber sido contados con los dedos de una mano los que tenían fe que íbamos a poder. La realidad está a la vista que no nos fue mal y así un día me sonó el teléfono, alguien conocido de toda la vida, para decirme: “Quiero que trabajes conmigo, quiero que me des una mano con el campo”. Y ese fue mi primer cliente, que obviamente le tengo un aprecio hermoso, porque fue el primero que confió en mí. Después empezaron a aparecer más y con mi hermana somos las dos muy inquietas, si hay una reunión y son 50 hombres, aunque sea la única mujer, si el tema me interesa, voy y doy mi punto de vista. Al principio sí era como raro, hasta que se empiezan a acostumbrar y llega un día que te empiezan a escuchar. Pero además, tenemos un plus: cuando te doy un servicio es un dos en uno, porque soy ingeniera, asesora, pero también productora; entonces entiendo lo que te pasa en el campo porque también lo vivo y lo siento. Cuando te pido que hagas algo es porque entiendo lo que estás gastando, empatizo mucho con el lado del productor porque también lo soy; se valora como que asesoro desde otro lugar. Así hoy ya son varios clientes; estamos con mi hermana para todos lados porque trabajamos campos en Salta, en Santiago, yo llego hasta Catamarca, Tucumán. Y hoy por hoy, así como quien no quiere la cosa, en cuatro años pasamos de estar en una oficina haciendo investigación a manejar 6.000 hectáreas. En ese camino también estoy ahora en la comisión directiva de una Asociación de productores, donde me siento a discutir cuestiones gremiales de las cuales hace cuatro años no tenía idea; de repente estoy sentada hablando de las retenciones al maíz. En definitiva, creo que como asesora el crecimiento fue muy grande, porque te permite interactuar con gente; me di cuenta que me gusta mucho, no es algo que yo hubiera imaginado que iba a ir por ahí mi desarrollo profesional, pero la verdad que estoy muy cómoda y me gusta mucho lo que hago. Obviamente espero que cuando pasen los años ser cada vez mejor, o sea, para eso trato de perfeccionarme siempre.

Por Infocampo.

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